Vergüenzas? No muchas. Pero con estas dos, ya tengo.

Me acuerdo perfectamente de que el día en que llegó a la agencia, al pasar por mi escritorio a presentarse, me dijo que él y yo íbamos a hacer un equipo impresionante. En ese mismo puto instante, lo tuve claro como un cristal de Baccarat. Me dije: “Me raja”.
Y un año después, me rajó a la mierda. Lo entiendo. Te lo juro. Mirá, cualquiera se daría cuenta: él ganaba mucho menos que yo. Él no tenía fama internacional en la red; yo, sí. Él era vago, y yo también; pero yo lo disimulaba mejor. Y su señora gustaba de mí. Upa la lá.
Entendí que él era solo un pobre tipo con miedo y lo perdoné. Lo que nunca jamás enmireputavida le voy a perdonar, es que sea uno de los únicos dos tipos que me hicieron pasar vergüenza en público.
Procedo con la narración, Benéitez.
La agencia había ganado un solo premio antes de que yo llegara. Ese era mi segundo año y ya íbamos por cuarenta estatuillas, cuando me di cuenta de que nos estaba pasando lo mismo que me había pasado en Young unos años atrás. Veníamos muy bien creativamente, pero nadie, fuera de la agencia, se había dado cuenta.
Así que decidí organizar un evento creativo para clientes y aprovecharlo para hacerles saber de los premios que estábamos ganando, y así empezar a hacer rodar la bola.
Vinieron todos al Palais de Glàce, salvo Horacio Pagani y su mequetrefe de marketing, de quien no recuerdo el nombre. Éramos como trescientos.
Cuestión que el tipo no me llegaba. Todos esperando, y el tipo no me llegaba. Bueno. Al fin llegó. Me vio y me dijo que subiera al escenario con él y que hiciera la presentación del evento. El pequeño detalle es que no estaba programado que yo hablara. No problem. Subimos al escenario y recién ahí me di cuenta de que el pibe tenía un dope para diez. No recuerdo bien si fue porque me presentó balbuceando o porque subió con un vaso de scotch en la mano… Sip. Atroz. Seguí, y la estaba remando en un mar de dulce de leche, cuando sentí una presión en mi hombro. Yo no lo quería ni mirar, para no avivar a nadie. Pero el tipo me abrazaba para no caerse redondo al sopi. Qué feíto. Thanks, Boss!
Feíto como la despedida del Gerente General de Kellogg´s… Puta! Cómo estoy hoy con los nombres!... Bueno, “hoy”… Soy un choto con los nombres! No me acuerdo cómo se llamaba, pero sí, perfectamente, que era igual a Robin. El peinadito, la carita, el cuerpito, los pullovercitos, hasta la voz, boló tenia igual! Nada más; porque de joven maravilla, ni un culo. El tema es que hizo una cena y nos invitó. Parecía una reunión de la OEA. Yo era el único argento. Al final, el borrachín me grita desde la mesa de los Gerentes, para que me uniera a ellos. Estaban todos beodos y al sentarme me pregunté por qué él no había estado así de en pedo pero lúcido, el día del Palaîs de Glàce. Me sirvieron cinco tequilas, cuando mi índice de tolerancia a esa bebida es de dos… Me tendría que haber avivado y haberle tirado unos mangos al mozo para que me hiciera la misma que le hicimos al Tuchito una noche.
Diego entonces era casi abstemio. Simulamos una pelea y lo retó al Tuchito a ver quién tomaba más tequilas. Tendrías que haber visto la cara del Tuchito cuando la mocita trajo la cuarta ronda. No podía creer que Diego aun se no hubiera desmayado. Sobre todo, porque Diego coronaba cada trago con una estrepitosa cara de asco total, en un acting digno de Sir Lawrence Oliver. El Tuchito tiene una cultura alcohólica superior, pero en el sexto cantó las hurras, abatido. Fácil: la mocita traía shots de tequila para el Tuchito y de agua para Diego.
Mirá: no pasé vergüenza cuando Thelma me tiró la servilleta en la cara y se fue, en ese restaurant paquete al que la llevé a almorzar… Ella se desequilibró. Yo solo le pregunté cómo era posible que fuésemos novios, si sólo nos habíamos besado una vez, y visto dos veces en la vida. Nunca supe qué fue lo que la mandó a la banquina; si la ironía o la situación.
Una vez, en la final de un campeonato de fútbol, veníamos ganando cinco a uno, cuando un rival tuvo un altercado con el diez nuestro y lo tildó de burro. Yo, para chamuyarlo un poco, le pregunté si realmente estaba convencido de aseverar algo así, perdiendo por tamaña diferencia. El tema es que el árbitro me escuchó y me amonestó. “Pero por quééé?!”, le pregunté. “Vaya, tres”, me sacó de encima. “Por irónico!”.
Reconozco que la ironía es jodida.
Tampoco pasé vergüenza esa noche en La Casona de Lanús… Te conté… Sí te conté! La noche en que compartí VIP con Prince… No te conté?!... Yo estaba esperando a mi chick paradito contra la pared, al lado de los toillettes, cuando salió un flaco del viorsi y, sin aviso y sin mediar palabra, me pegó un cachetazo maaaal, pero maaaal maaaal, que se escuchó por sobre la música y que me acuerdo y me duele. Detrás del colorista de cachetes, salieron dos amigos y se lo llevaron a los pedos, mientras uno de ellos lanzó la siguiente explicación al aire: “Perdonalo, flaco; está dado vuelta”. Como si yo, con esta valentía que me caracteriza, hubiera pensado en ir a correrlo! Ya bien lo describe la Física: fue un problema de encuentro. Me encontré con una furiosa cachetada en la trompa. Cuack! Es el día de hoy que, para mí, esos tres se acuerdan y se cagan de la risa. Estoy convencido de que me hicieron una joda.
Pero sí pasé vergüenza esa noche en la que tuve la mala idea de invitar a Rambo a cenar conmigo y mi muyfamosísimoamigodelafarándula.
Con mi amigo solemos comer, al menos, una vez por mes y nos divertimos mucho. Es un tipazo, muy cómico y muy humilde.
Rambo recién había perdido el rumbo por completo, y me daba lástima; así que lo convidé. Me preguntó si podía sumarse después, para tomar algo, ya que esa noche iría a comer con Alfie.
Alfie es un caballero, es muy divertido y entrador, así que pensé que no habría nada nocivo si todos nos juntábamos después de las cenas a por unos traguetes. Fallé.
Llegaron Rambo y Alfie a los postres y enseguida se armó una mesa loca. El preludio de los tragos era bien divertido y la noche se fue adentrando en nosotros. Igual, no daba para mucho más; pero Rambo no soporta no ser el centro. Pero el centro, vaya a donde vaya, es mi amigo. Por carisma, más que nada. El tema es que tanto rompió las bolas Rambo para seguir de copas, que mi amigo le dijo que sí, por compromiso. Pero, con más olfato que un zorro, armó el escape: propuso ir nosotros en un auto, y Rambo y Alfie en otro. “Sígannos”, dijo Rambo.
A “Pampita” nos llevó el muy desubicado. Sé. Llegamos a la puerta. Rambo entró y mi amigo me advirtió que nuestra presencia en el lugar no se podía extender más de cinco minutos, y que no se iba a la mierda sólo por no quedar como un agreta. Imaginate: entramos y seguidor hacia nosotros. Lo anunciaron por los parlantes. Rajaron a dos pobres tipos para darnos una mesa al lado del escenario. Ese mismito en donde dos seres humanos, que creo que eran de sexo femenino, pero no me animo a asegurarlo, se estaban frotando de una manera tan burda, que ni el Neorealismo italiano las retrataba así. De la nada, se nos sentaron encima unas chicas, que validaban el grosero dicho de “Cuarenta negra, tre diente”. Un señor comenzó a relatar, como si hubiera habido necesidad, lo que las chicas hacían sobre el escenario. Cada dos frases metía un “Pero porrrrrrr favorrrrrrrrrr!!!”, seguido de una procacidad que hubiera hecho poner colorado al chofer de un camión de basura, del tipo: “pero mirá esa argoooolla!; otra que el Cañón del Coloraaaado!”.
Después del tercer “Pero porrr favorrrrr!!!” en serie, mi amigo y yo salimos disparados como si hubiéramos tenido un resorte en el orto cada uno. Gracias a Dios, los paparazzi llegaron cinco minutos después de que nos rajamos.
El viaje hasta su casa fue absolutamente en silencio. Yo con mi vergüenza, y él, seguro, pensando por qué le tuve que hacer eso.