El trapo cebra.

Hay cosas que estan predestinadas a ser.
Como ese arquero que se apellidaba “Palos”, o ese otro que se llama “Salvá”… Qué otra cosa más podrían haber sido en su vidas?
Qué otra cosa más que una noble delantera, podría haber tenido Cristina Gomez?
Era algo que quitaba el aire. Ni push up ni rellenos ni plástica. Eran el más preciso homenaje que se le podría hacer a un apellido. Y eso que no llegué a verla desnuda.
El que sí la vio desnuda y dejó todo el aire de sus pulmones en esas lolas fue el flaco Calamaro.
Y una de las primeras sesiones carnales entre ambos me viene a la memoria revivida por un trapo. Sí, un trapo…
En una noche agitada de verano, Calamaro decició sacar a pasear a la Gomez, más prisionero de sus bajos instintos que del amor. Es que la Gomez le despertaba más el hemisferio al sur de sus pantalones que el del norte al flaco.
Igual, cuando estaba caliente, a la Gomez parecía importarle un catzo qué despertaba ella en Calamaro.
El tema es que esa noche arrancaron derecho para Palermo. En busca del lugar más oscuro, estacionó la Renoleta casi adentro del lago, y enseguida sus manos ganaron las montañas de placer que la Gomez tenía, no muy guardadas, bajo su blusita celeste.
La noche se puso tórrida en cuestión de minutos.
La Gomez ganó el cierre del flaco, desplegando con sus dedos estilizados y suaves todo lo que Calamaro tenía guardado. Sus manos sí sabían como acelerar de cero a cien en cinco segundos.
Calamaro le abrió la blusita celeste haciendo volar un par de botones y casi no había terminado de pasar su lengua por uno de los endurecidos y sudados pezones de la Gomez, cuando ella lo apartó violentamente, para abalanzarse, desesperada, sobre el cañón del flaco.
Lo que siguió fue una de las más recordadas sesiones de placer oral de las que Calamaro tenga memoria. Así me dijo el flaco. Una de las más recordadas.
El tema fue que cuando él estalló, ella retiró su boca, dejando que el hombre esparciera sus fluidos por todo el interior del vehículo.
Ni bien pudo recuperarse de tan felíz sesión, el flaco manoteó de la guantera un trapo estamapado con un motivo acebrado, y limpió, como pudo, tapizado, pantalones, volante.
Después de un rato, parece que él le devolvió a ella todo lo que ella había hecho por él. O estamos en presencia de una de las mejores simuladoras de la historia. Pero hubo cabecita en el hombro al regreso, cosa que nos hace pensar que ella no estaba simulando nada.
Pero no es esto último lo que me ocupa en esta historia, sino cómo entré yo en ella.
Debo anticiparte que mi participación es secundaria pero shockeante.
Al otro día, sin saber nada del furtivo encuentro aun, lo pasé a buscar por la casa para ir a la cancha.
Llegué y estacioné en la puerta, detrás del auto del flaco. La Renoleta estaba con el capot levantado. Ni bien bajé de mi auto, vi cómo el padre de Calamaro apareció por detrás del capot, mecánico ritual sagrado que despegaba domingo tras domingo, y vino en mi búsqueda limpiándose las manos con un trapo, para abrazarme, efusivo como siempre.
Hay cosas que estan predestinadas a ser.