A qué tuve que ir por esos tragos?

Aunque mi analista sostenga otra cosa, yo estoy ciegamente convencido de que Bárbara fue la culpable de que nunca más tuviera una novia.
Viste que con las “Bárbara” no hay término medio: o son unos bagartos increíbles, o le hacen más que justicia al nombre.
Bueno, Bárbara, mi Bárbara, estaba en el segundo grupete, a full.
Cómo será, que en su contra solo puedo decir que, a veces, era deliciosamente tilinga.
Uno setenta y cinco. Sí, dos centímetros más alta que yo, sin tacos. O sea que cuando se ponía tacos, nos miraba todo el mundo… Era lindo eso.
Bárbara llevaba con absoluto desparpajo una cara angelical, que en los momentos indicados se transformaba en la cara de perra más perra que jamás hubieras visto. El pelo morocho y llovido cual Pocahontas. Los ojos negros, pícaros. Tenía hasta un lunar de posta sobre el labio. Pequeño. Vos no sabés lo que me calientan los lunares sobre el labio, no? Date una idea: una vez en Cannes besé a una francesa… Emmm… Detalle: detesto con locura a los franceses.
El cuerpo era sencillamente perfecto. Curvas exactas. Dura. Piernas largas como mi deseo. Hasta los piecitos tenía encantadores.
Sus abuelos eran ingleses y ella tenía la voz onda locutora de las de antes –no como estas chiquillas de ahora con voz de pito. O sea que yo me creía que estaba saliendo con Elizabeth Hurley. “Darling” me decía.
Y en la cama –o en donde lo hiciéramos- era un fuego. Daba los besos más ricos.
Vos lo decís en joda, pero yo me pregunté seriamente más de una vez cómo era que me había dado bola semejante minón.
Te digo más: fue ella quién me encaró y me dijo que no estaba para joder, que estaba hasta las manos conmigo.
Glup.
Sí, mucho “Glup”, mucho “Glup”, pero seguí adelante.
Hasta se la presenté a mi famila.
Elegí el cumpleaños del tío Richard porque el tío Richard suma. Playboy. Bon vivant. Wild Card en casinos de Vegas… Qué más te puedo decir? Es uno de esos tipos que vive de joda. Siempre quería salir conmigo, a pesar de que me lleva como veinte años.
La casa del tío Richard explotaba esa noche. Estaba llena de amigos, familia, y el muy desubicado hasta había invitado una importante cantidad de jovencitas de indudable reputación.
Barbara y yo habíamos ido con la sencilla misión de cumplir e irnos; un touch and go olímpico, que no se concretó en absoluto.
El desastre se desencadenó bien entrada la madrugada.
La cosa fue así: en un momento, me ausento del lado de mi fianceé para dirigirme a la barra en busca de otros pares de copetines.
Bien. En qué momento Barbarita entendió que yo iba al toillette, no lo se.
Cuestión que, de casualidad, porque no había sido mi ruta de ida, paso por la puerta del mismo cuando estoy regresando al sillón, y allí me la veo a mi cuchi cuchi hablándole a la puerta. El dj estaba a full con el volumen, así que yo solo veía que Bárbara hablaba pero sin escuchar qué decía.
Si tan solo la hubiera frenado antes…
Lo único que un caballero que se precie de tal puede contarte es que en medio del speech estaba varias veces involucrada la palabra “chuparte”, conjugada en tiempo futuro. Otra cosa que se repetía con asiduidad era la oferta de “toda hasta el fondo”.
Tampoco nunca sabré por qué ella eligió ese día, ese lugar, ese momento, para develarse como una perra marca cañón.
El tema es que la puerta del baño se abrió y del mismo salió mi viejo.
El viejo tiene mucha calle. Le sobra la calle. Tanta, que jamás se habló del tema en casa. Eso sí: por algun tiempo, se sentaba a la mesa familiar por las noches con un cierto aire… del tipo “Hijo e´tigre”…
Todavía hoy recuerdo la carita de la morocha al ver a mi viejo alejarse por el pasillito y luego hacer foco sobre mi persona… Alcanzó a pronunciar algo tipo “Por favor, llevame a casa”.
Verla bajarse del auto fue una de las imágenes más tristes de mi vida, porque, claro, yo también sabía que no la veía nunca más.