De doormen y rebotes.

Nunca me habían rebotado de la puerta de una discoteca. Nunca. Posta. Mirá que estuve en lugares difíciles y no siempre tenía ese plastiquito divino llamado VIP card.
Una de mis primeras veces angustiantes fue en La City. Yo no sabía que la clave, como todo en la vida, era poner cara de habitué y mandarse directo, sin titubeos, quizá primereando al doorman difícil con un “Llegó Diego? (o el famoso que se te ocurriera en el momento y que sabías que iba, no tipo un “Llegó Mirta?”, por la Legrand)… Ah, bueno, decile que ya estoy adentro”, y avanzar sin mirar atrás, rumbo a la gloria.
Así que esa noche en La City comimos cola. Bueno, no mucho, porque para variar, con mi chiquita llegamos tarde y sus amigas y acompañantes ya estaban casi en la puerta. Era el cumpleaños de Mica y su arlequín le había reservado una mesa en el VIP, como regalo.
Inimaginable la excitación que había en la puerta de esa disco.
Llegado el momento, nos enfrentamos a los míticos el negro y el petiso, ya veteranos, que habían causado estragos en los últimos años de la puerta de Mau Mau, que parece que fue el mejor boliche de la historia del dance vernáculo. Al negro terminaron ultimándolo de un tiro; el hijo de un chacarero que no se bancó el rechazo social.
“Vos sí… vos sí… vos sí… vos sí… vos sí… vos sí… vos no…”
“Vos no” era Mica. El muy turro había escuchado toda la conversación. Claro, los había tenido dos mil ciento sesenta y siete minutos en la puerta.
Siguió un lapso breve de negociación entre los que estábamos del lado de la gloria del molinete, y el negro y Mica y el arlequín.
Terminó con Mica llorando, diciéndonos que entráramos igual, que ya fue; y yo, diciéndole a mi chica y a sus amigas, a las que nunca había visto en mi puta vida, que Mica, a la que nunca había visto en mi puta vida, merecía que todos nos fuéramos.
Así conocí el VIP de La City.
La técnica del famoso me fue revelada años después por Rozas, un playboy mayor. El no era famoso, pero Donatti sí. Y si no le salía la de Donatti porque algún doorman dormido no lo conocía, invocaba a Diego u otro famoso farandulesco, de turno entre sus amistades. De su mano, conocí a Darín, a Julieta Ortega, a Diego Torres (que le hubiera puesto un toldo al sol, si lo dejaban), y otras actrices y modelos de renombre. Los cito a ellos porque me cayeron particularmente bien. El que no me caía bien era “El Indio”, guardaespaldas de Diego. Era más callado que yo, así que imaginate el embole que nos comíamos si nos tocaba sentarnos al lado en la mesa.
Rozas era increíble. Cuando estaba en Buenos Aires, vivía en algún appart hotel, del que, invariablemente, se escapaba arrojando sus pertenencias por la ventana a algún cómplice y saliendo caminando, con su actitud matadora, por la puerta. Con esa misma actitud, salía de la disco a las nueve de la mañana con un vaso de whisky en la mano y preguntaba “Están para ir a dormir?”. Y si no estabas para ir a dormir, te llevaba directo al infierno.
El año pasado recordé y quise aplicar “La Gran Rozas” en un restaurante de San Isidro, de esos que se arma kilombito después de cenar. El RRPP, amigote, me venía insistiendo hasta hacérmela insostenible. Así que decidimos ir con mis amigos a cenar y comprobar si era verdad, primero que las señoritas estaban taaaaan buenas, y segundo, si se armaba kilombito. Llegué tarde y solo, como acostumbro. Mis amigos adentro, mi amigote fuera de sight, dos doorman, uno de espaldas. Llegué y saludé, y el doorman que estaba de espaldas hablando por intercom se dio vuelta.
Vi a La Muerte. A Dany La Muerte, para ser más precisos. Antes de ser famoso por ser custodio de Fort, Dany era famoso en San Isidro por la versión de que había matado un tipo a trompadas, que tuvo la mala idea de reclamarle que le pagara el saldo del Stringray que le había comprado meses antes (el mismo Stringray con que me chocó en Pepino´s y que no me animé a decirle nada, obvio… total… si ni me lo rayó… un poco hundidito el paragolpes, nomás… amigoooo).
Pensé en que iba a ser una negociación de pocas palabras, dado que Dany no habla. Y lo fue.
Ya me estaba dando vueltas para irme, a pesar de tener al RRPP de mi lado. No quería que Dany viera que me había meado encima del pánico.
Pero justo antes de que se me cayera la primera gotita, Dany me dijo “Pasá”. Sin más.
Nunca entendí cómo se acordó de mi. Porque si no se hubiera acordado, jamás me habría dejado entrar. Dany es uno de los más difíciles jefes de custodia de boliche que vi en mi vida. Lo tengo de varias puertas y lo vi trabajar. Yo tenía un amigo que trabajaba con él, Franco, asi que frecuentaba las discos en las que Dany laburaba. Pero eso fue hace tiempo. Buena memoria la de Dany, gracias a Dios.
Adentro comprobé que todo lo que me había dicho mi amigote RRPP era verdad. Buena comida. Perras. Kilombito.
Pero la vez que me rebotaron, que era el tema que nos convocaba hoy, fue, paradójicamente, en una puerta fácil, con una custodia educada.
Sérpico y Villalobos eran los reyes de Mi Club. Zona sur. Yo nunca había pasado de La Casona de Lanús. Un boliche incroyable, en donde alguna vez compartí VIP con Prince. Sí, Prince, Bobby y La Casona de Lanús. Así de bizarro.
Comprometí mi presencia para un viernes determinado y Mainer también iba, de modo que, aunque mi auto estaba en el taller, ese viernes yo debía estar en Mi Club. No importa, el tipo se repone, me tomé un remís. Dos millones me salió. Me acuerdo de que hacía frío porque las señoritas que estaban delante de mí en la entrada estaban con tapado de símil piel. Me pareció raro, y estaba atravesando diversas disquisiciones al respecto, cuando un dedo ejerció presión intermitente sobre mi hombrito izquierdo. Me di vuelta para ver quién era, esperando encontrar a Mainer, ya que desconté que Sérpico y Villalobos estaban adentro already con sendos whiskies con peces de hielo y rodeados de chiquillas infartantes. En lugar de Mainer, encontré el traje gris clarito de un señor joven y robusto que me dijo “Lo siento, caballero, pero en zapatillas no le puedo permitir ingresar.” Tuteándome con la muerte, le contesté “Ja! Dejate de joder” y le di la espalda de nuevo.
El dedo no dejó de ser amable a la hora de repiquetear de nuevo en mi hombrito izquierdo.
“Disculpeme, caballero, pero no puede ingresar”. Esta vez fue más firme que amable, pero el tipo no perdió la línea, seguro de que me sacaba en el momento en que quería, con un solo movimiento.
Pasamos a una negociación en donde comencé apelando a su buena onda, diciéndole que mis amigos Sérpico y Villalobos (los conocía, obvio) me estaban esperando en el VIP. Ante su cara de poker, insistí con que era mi primera vez en el lugar. Nada. Le mostré mis tres VIP cards de lugares prestigiosísimos de la noche porteña. Terminé rogándole, apelando al altísmo costo que significaba para mí esa noche en remís, como para finalizarla malograda.
Me acosté temprano.
Y el lunes me tuve que bancar a Sérpico diciéndome, ni bien pudo hablar después de la carcajada, “Qué boludo! (yo era su jefe)... Porqué no le pediste los zapatos al mozo del bar de la esquina?... Todo el mundo lo hace…”