Mi extraña hipótesis acerca de la publicidad.

Una noche, tarde, estaba en la agencia esa que quedaba en una casa vieja, sobre la que pesaban recurrentes rumores de presencias fantasmales, de líneas de teléfono que sonaban y nadie llamaba, de internos que saltaban todos a la vez, de pisos de madera en los que sonaban pasos y muebles que crujían, siempre de noche, tarde, y con el lugar casi vacío.
Que los había, los había; pero el dueño no se quería mudar de ahí.
Cuando llamó mi interno, me sobresalté. Hasta dos metros del piso me sobresalté.
Era una ejecutiva de cuentas.
-“Podés venir a mi oficina urgente, por favor…”
Yo no sabía que no estaba solo. Encaré el pasillo y llegué hasta la oficina de la ejecutiva, haciéndome el sereno, lo más rápido que pude.
El box estaba a oscuras, como si se hubiera cortado la luz, solo iluminado por el monitor de la compu. Ella tenía su escritorio como de espaldas a la puerta, de modo que me acerqué por detrás. Me oyó, pero sin embargo siguió tipeando en la compu.
-“Qué pasó?” le pregunté. “Oíste algo?”.
-“No”
-“Qué?... Tenés miedo… No me digas que tenés miedo…” le dije, con una inflexion segura en la voz, como para calmarla.
-“No. Te llamé por otra cosa”.
Súbitamente se giró hacia mi, y casi me muero de un infarto: tenía toda la cara deformada...
No, mentiras! Jjajajja!
Me miró fijo con sus bonitos ojos almendrados, llevó su mano derecha hasta los botones de mi Levi´s 501 y comenzó a acariciarme lento y suave. A pesar de que me tomó por sorpresa mal, me excité rapidísimo. Esa mujer sabía perfectamente lo que hacía.
Su sonrisa pequeña se tornó en una perfecta cara de deseo mientras me desabrochó los botones y metió su mano dentro de mi boxer, para descubir mi rigidez extrema. Siguió acariciándome por unos instantes, rodeándola con sus dedos elegantes, con la fuerza exacta para mi placer. Ya en ese punto yo creí que iba a morir. Insisto: esa mujer sabía perfectamente lo que hacía. Cerró los ojos, se acercó más aun y me besó dulcemente. Luego, abrió su boca húmeda y me propinó uno de los placeres orales más recordados de mi vida.
Y yo, el gran boludo, pensando en que a la niña la asustaban los fantasmas…
-“Si ustedes están en ésto” -dijo mi profesor de primer año de la facultad, desmoralizándome por unos cuantos años- “porque creen que es una vida de modelos, fiestas y champagne, ya les anticipo que en 25 años de carrera nunca estuve con una modelo ni para filmar un comercial…”
Un naaaabo… total.
No, no fue Jorge Guinzburg. No se si te dije que lo tuve a Jorge como profesor. Un capo. Un grosso mal. Asi como era en la tele, eran las clases. Un contrapunto permanente entre él y nosotros de chistes filosos y frases de doble sentido.
Si hay un tipo al cual deben culpar por mi carrera creativa es a Jorge.
Quedamos amigotes después del ciclo lectivo y más de una vez me junté con él para que me asesorara. Un gran tipo. Karateca, era.
Volviendo al tema, no digo que estuve con Naomi Campbell -elegí deliberadamente a Naomi porque el gossip dice que es más fácil que la tabla del uno- ni con cien modelos; es más, no estoy con eso ahora. Estoy con la hipótesis; recordemos.
Años más tarde enfrenté una situación similar en otra agencia.
Estaba haciéndole milmierdas una estrategia de comunicación, por ser generoso y llamarla así, a un Director de Cuentas que hoy se hace el groso trabajando del lado del cliente y lo único que tiene de groso es la panza; cuando entró la chica nueva de Producción Gráfica, a la oficina del pobre muchacho, para pedirme que fuera a ver un original en su compu, que tenían que sacar al toque.
Terminada mi tarea de trituración, que personalemente disfruté mucho, me apersoné en la oficina de Producción; obvio, no iba a ir a Presidencia, y me puse a ver el original con la señorita. Había cincuenta y nueve personas.
-“Está descentrado”, le dije.
-“No”.
Así de seco me contestó.
Todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se dieron vuelta a mirar. El aire se puso denso. Pensaban que iba a cortar como a un queso a “la nueva”, quien no me conocía muy bien para ese entonces.
Además de que venía de buen humor por desayunarme al mequetrefe del Director de Cuentas, valoro a las personas con coraje y convicciones, así que la miré con ternura, y comenzamos un breve intercambio de opiniones, en donde al final cometí la gaffe de inclinarme y situar mi cara junto a su cabecita, para poder observar el monitor bien desde el centro.
Porfié una vez más, insisitiendo en que había una diferencia hacia el lado izquierdo en el armado.
La gaffe fue no correr mi cara de junto a la suya.
-“La máquina me tira que está centrado. Si tenés razón, te chupo la pija” me susurró al oído, con tono firme, no mersa cual actriz porno.
Te preguntarás en este punto por qué digo que lo mío fue una gaffe; qué tenía de malo un acto tan rico; si la nueva era tan mala en esas artes como para rechazar semejante oferta y miles de otras preguntas que no puedo hacerme en tu lugar.
Bien. Lo malo era, básicamente, que yo era el jefe máximo. Y consideraba y considero y consideraré absolutamente falto de ética profesional el intimar con cualquier persona de un departamento bajo mi mando. Con lo cual, nunca lo hice, ni lo volveré a hacer, por supuesto.
Imprimimos.
El texto estaba, efectivamente, corrido hacia la izquierda. Un milímetro.
Que las apuestas son para ser pagadas debería haber pensado yo el día en que le aposté a mi amigo el Tucho una botella de Blue Label. Me confié tanto tanto en que no existía… me confié a tal punto de olvidar no solo que yo no bebo whisky, sino además que mi amigo es un fino bebedor, cuyo hábitat natural es la barra de algún excelso lugar de tragos.
Dos errores imperdonables para el apostador. Confiarse y olvidar. Me salió como trescientos dólares la jodita, ya que encontré el dorado elixir en un viaje al exterior.
Escuchá la de mi coequiper: tuve la idea de querer juntar el festejo de alguna premiación, con mis ganas de volver a tocar música y no se me ocurrió nada mejor que armar una fiesta en el piso de creativos. Embriagado por los resultados, Hernán me autorizó el ágape. Raro tipo Hernán. El más groso de todos; pero raro.
Embriagados estaban todos a las nueve de la noche y la fiesta había comenzado tan solo a las ocho. Sí, solo una hora. Pero qué hora, amigo! De modo que se dio fin al evento, se cotrató una flotilla de taxis que evacuaron a la gente y ahí me quedé solito, desarmando los equipos. Finalizada la sencilla y corta tarea, fui hasta mi box a buscar mis cosas para irme. Tamaña sorpresa me llevé al entrar y ver a mi coequiper, evidentemente tan ensimismado que no se había dado cuenta de nada, con su miembro viril inside la boca de una señorita, debo decir, tan ensimismada como él, y que no pertenecía al staff de la agencia! No, no era un gato, era una chica de otra agencia.
Por suerte, tenía las llaves de casa encima.
Esa fue la noche en que comencé a elaborar la siguiente Hipótesis, que aun hoy no puedo resolver: en las agencias se fomenta el placer oral desde las más altas esferas.