El Chámpion.

Ponete una mano en el corazón. Te pregunto: vos no hubieras hecho lo mismo?
Llovía como la concha de la lora. Podría hablarte horas de lo atractivas que me resultan las tormentas eléctricas, pero cortaría el clima tenso de la historia que hoy nos convoca. Sigo. La visibilidad superaba escasamente el capot del auto, lo que hacía a la Panamericana casi intransitable.
El Ardi manejaba atento como nunca estuvo (literalmente; no presta atención para manejar) y tensionado, cuando de repente vio a un hombre tirado en el carril central. Sin dudarlo, clavó los frenos. Por suerte casi no había tráfico, por la hora y por las condiciones climáticas; si no, podría haber sido una tragedia.
Se bajó y caminó, de jetra, bajo el diluvio, por el medio de la Panamericana, hasta el cuerpo.
Vos hubieras hecho lo mismo.
Salvo que a él le pasó que ese cuerpo yaciente sobre el asfalto mojado era el Chámpion. Un perro grande, mezcla de Collie y Ovejero Alemán, que casi no respiraba.
El Ardi, la segunda persona más buena del mundo viviente, levantó al Chámpion, en ese momento de nombre desconocido, y lo subió al auto.
Salió disparado, llorando, con una mezcla de sensaciones de lo más variada. Se preguntaba quién podría dejar a un perro tan lindo, abandonado, en una noche semejante.
Vos hubieras hecho lo mismo. Abandonar al perro, digo. Ya vas a ver.
Eran como las doce de la noche, cuando el veterinario de cabecera de la familia le recomendó sacrificarlo en ese mismísimo momento, dada la gravedad de las fracturas que tenía el pobre can.
Yo tuve que sacrificar dos perros y te juro que es lo peor que me pasó en la vida. Una Siberian Husky que se llamó “Traxx”, hasta que descubrí… descubrí… mmmdescubrí… bueno, me dijeron que era un él, y ahí pasó a llamarse “Matt”…
Ok, ok, no tuve una vida muy sufrida que digamos; roger that. Pero fue feíto. Solo diré que recomiendo fuertemente no comprar perros que no tengan todas las vacunas dadas como corresponde, de cachorros.
Volviendo al Chámpion, el pobre can, evidenciando una inteligencia que demostraría efectivamente poco tiempo después, miró al Ardi cual Gato Con Botas de Shrek, en el momento preciso; cosa que el Ardi no pudo resistir. Convengamos en que el umbral de resistencia de Ardi a los animales es ínfimo.
Tan mínimo como el umbral de resistencia de su madre a Papá Noel.
Efectivamente, érase una navidad y se dispuso en la casa dar cabida a la ceremonia de recibir a Papá Noel, que incluía a un familiar de sexo masculino disfrazado de Santa, que ingresaba por la puerta con unas diez bolsas de consorcio repletas de juguetes para los menores. El clan, más los invitados ocasionales, aguardaba parapetado detrás de los sillones del living a que el dogor depositara los regalos junto al hogar. Cuestión que la navidad a la que refiero, me tocó el mismo sillón de ocultamiento que la mamá de Ardi. Siendo la segunda entrada de Santa, que estaba medio en dope y mandaba chistes respecto de los concurrentes, que cerraba con el clásico “Ho, ho, ho!”, escuché un moqueo progresivo que se volvió constante. Miré de lado y, lejos de ser una niñita, la llorona era la señora, quien, ante mi pregunta de si se sentía bien, solo atinó a responderme: “Es que yo nunca vi a Papá Noel!!!...”
No era la noche para llamar al Nine One One, pero no hubiera estado mal, verdad?
Así el Chámpion estuvo nueve meses tirado en un camastro junto al hogar, las veinticuatro horas al cuidado de la familia, que se turnaba hasta para dormir junto al moribundo animalito.
Aún caminando solo en sus dos patas delanteras, lo primero que hizo ni bien pudo levantarse, fue empernarse a Yenny, la tierna y dulce Ovejera de la casa. Eso puede atribuirse a un mero reflejo instintivo del perro, pero al ojo avizor, es una muestra cabal de la voluntad inquebrantable del hijoderemilrevolidasputas. Es el día de hoy que hay muchas teorías sobre cómo lo logró, pero ninguna fue comprobada.
Es que poco se sabía de la historia del Chámpion. Y poco pudo deducirse de los años que estuvo con el Ardi. Salvo que tenía algo contra los autos, que quizá le había quedado producto de su accidente. Porque los chocaba. Sí, los corría de costado, como tantos otros perros hacen, pero en un momento dado, les tiraba los sesenta que pesaría contra la puerta. Abolló a más de uno de esa forma, te lo prometo.
Una vez reestablecido por completo, habiendo ganado la horizontal con sus cuatro miembros fortalecidos, comenzó a morder a todos en la familia. Sistemáticamente, no perdonó ni a uno. Se llegó a concluir, sin poder comprobarse nunca tampoco, que al perro no le gustaba que lo contradijeran. Si él quería que lo acariciara alguien, ese alguien debía acariciarlo y hasta que él quisiera, o era mordido. Simple.
Se peleó con todos los perros del barrio. Los que estaban dentro de sus casas, tuvieron suerte. Los que estaban callejeando, murieron atacados al cuello, gracias a una poderosa imitación del Chámpion de la típica maniobra de los aviadores de la segunda guerra mundial, de aparearse de costado a la víctima antes de descerrajar el ataque mortal.
Demasiado History Channel ese rope.
Los había hecho quedar muy mal con medio barrio, cuando el Ardi se casó y se lo llevó al nuevo nidito de amor.
El primer año transcurrió tranquilo, salvo por ese asado en que Mariano Tino tuvo la pésima idea de pegarle por detrás un artero roscazo en la nuca, cuando el Chámpion estaba en medio del grupete de hombres reunido alrededor de la parrilla, como uno más, atento a la conversación. El can lo miró y se le puso al lado, como diciendo “Ahora no te atiendo, porque está el Ardi mirando, pero se que fuiste vos”.
Lo siguió durante toda la noche, haciéndole marca personal, esperando el momento preciso para dar el batacazo, hasta el punto en que Mariano Tino se desesperó del cagazo y se fue. Se diría que lo iluminó Dios.
Los problemas arreciaron en cuanto Ardi y Caro iniciaron las tareas de ampliación del nidito de amor.
Para mí que al Chámpion no le gustaron los planos. La maqueta sí, porque se la lastró un día que lo dejaron solo.
No se si fue que el arquitecto lo canchereó, o qué. Pero fue al primero al que mordió, como una suerte de advertencia de lo que sería toda la obra. Por ahí fue que lo escuchó, ya que él estaba junto al Ardi en el momento en que el arquitecto le dijo que no había problema, que no le tenía ningun miedo, cuando el Ardi le previno que a veces (diez de cada diez) tiraba un tarasconcito (no solo lo tiraba, sino que lo acertaba, y no era un tarasconcito, sino más bien un mordisco full).
Lo ninguneó el arquitecto. Eso tampoco le gustaba al Chámpion.
Para muestra de lo que fue la obra, basta con recordar esa tarde en que Caro volvió a su casa y encontró a Eloy acorralado desde hacía tipo dos horas contra un rincón del jardín, defendiéndose del ataque del Chámpion con un balde de hierro. Defensa heroica que tuvo que sostener otra hora más, hasta que llegó Ardi, dado que a Caro el Chámpion ni pelota.
A esa altura de la obra, Eloy era el único obrero que no había desertado, de los treinta y cinco antes contratados. Hombre duro el boliviano. De pocas palabras.
Aun recuerdo ese año en que diseñé un cantero racionalista, en tierra, y no tuve mejor idea que creer que era una boludez hacerlo yo mismo. El Ardi me acompañó en el jugueteo de ladrillos y material. Nos creíamos Bob El Constructor. La pasamos bomba, pero a la semana tuvimos que llamar a Eloy para que arreglara la cagada. Ni bien la vio, dijo, en boliviano neutro casi susurrado:
“No se puedes arreglars. Hay que hacerlos de nuevos.”
Pobre Eloy. Se ve que necesitaba la guita, o era un boludazo marca cañón, dado que el Chámpion lo marcó más de una vez. La más memorable, quizá, fue ese sábado a la mañana, en que se lo escuchaba llorar y llorar a lo lejos (al Chámpion; Eloy no lloraba), como una magdalena (A la población: se ofrece cuantiosa recompensa a quien pueda desasnarme respecto del origen de semejante expresión).
Ardi salió un par de veces a la calle, luego de buscarlo infructuosamente por toda la casa, pero no lograba verlo, a pesar de que seguía escuchándolo. Tanto Eloy como Caro se hicieron los boludos y trataron de convencerlo de que era su imaginación la única que escuchaba los lamentos del perro.
Pero nadie le gana a tezonero a Ardi, está claro. Salió a buscarlo. Lo encontró casi a una cuadra, en uno de los pozos que hacen para enterrar caños en las veredas. Lo vio todo embarrado y, aparentemente, mal herido. No se asustó; ya lo había sacado de situaciones peores.
Eso sí: tuvo que rogarle a Eloy que lo ayudara a sacarlo del pozo. Lo convenció con la deducción fue que poco el animal podría hacer a dos metros de profundidad y todo lastimado.
Nunca deberían haberse confiado. Confiarse es lo peor que hay. O pregúntenle a mi gran y sucio amigo el Gauto, cuya frase de cabecera antes de lanzarse a la conquista de chiquillas era “Esperá que se confíen”. No dije que era sucio? O creían que estaba hablando de la pintura de auto de su mameluco, producto de su oficio? Nah. Era un ser sucio.
El Ardi se tiró al pozo, tomó al Chámpion entre sus brazos, y se cagó haciendo fuerza, porque el animal era grande y pesado, hasta que lo elevó hasta la vereda. Allí lo recibió Eloy.
Ni bien el cuadrúpedo sintió sus cuatro embarradas patitas sobre tierra firme, ni bien se vio salvado nuevamente, el muy turro mordió a Eloy, esta vez como echándole la culpa de su caída al pozo.
Nunca sabré por qué, pero nadie nadie, salvo el Ardi, lloró al Chámpion cuando dejó este mundo.